Muecas.

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Las elecciones en Suecia.


A pesar de su fama de previsible, en los últimos años los suecos persisten en sorprender con sus decisiones, en este caso electorales. En 2006, una coalición moderada de derecha -liderada por Fredrik Reinfeldt- desalojó a la socialdemocracia después de casi noventa años de ejercicio sostenido del poder. Todos suponían que se trataba de un accidente político y que en las próximas elecciones la líder socialdemócrata Mona Sahlin retornaría al poder para seguir brindando los beneficios del clásico Estado de bienestar. Contra todos los pronósticos y, sobre todo, contra todos los deseos de la socialdemocracia, Reinfeldt volvió a ganar sentando el precedente histórico de dos gestiones sucesivas de derecha.

No concluyeron allí las novedades. Reinfeldt festejó con sus seguidores, pero no tanto. Ganaron pero no pudieron mantener la mayoría absoluta parlamentaria. Para colmo de males, no fueron los socialdemócratas quienes se lo impidieron, sino el partido calificado de extrema derecha dirigido por Junnie Akesson, un joven de 31 años que rechaza el calificativo de nazi y racista, pero insiste en que Suecia, si quiere defender su estilo de vida, debe poner punto final a la inmigración, particularmente la de signo musulmán.

De todos modos, se equivocan quienes suponen que la continuidad de la derecha en el gobierno alterará los fundamentos centrales del orden político y social de Suecia. En este país, ni la izquierda es tan de izquierda como se cree, ni la derecha es tan de derecha como se teme. La diferencia que instala Reinfeldt con anteriores líderes de derecha es que las políticas sociales -en sus líneas generales- se mantienen, mientras se incentiva la economía de mercado. En definitiva, la derecha sueca pudo llegar al poder porque se corrió al centro.

Por su parte, sería una exageración suponer que la extrema derecha va a lograr sacar a este país de una tradición que lo ha colocado entre las sociedades con mejor calidad de vida en el mundo. El rechazo a la inmigración, particularmente musulmana, es un problema en toda Europa y, en algunos casos, estos problemas son explicables. A la crisis de los Estados de bienestar se suman los comportamientos terroristas y antioccidentales de minorías musulmanas. Así y todo, el partido de Akesson obtuvo algo más del cinco por ciento de los votos, un porcentaje mínimo que carece de alcances reales para influir en el destino de la política sueca. Su presencia, en el mejor o el peor de los casos, es una advertencia, una luz roja acerca de las preferencias de ciertos sectores de la sociedad.

La novedad de la extrema derecha en todo caso es que superando el cinco por ciento de los votos los partidos comienzan a tener representación parlamentaria, motivo por el cual la extrema derecha sueca dispondrá para este nuevo período de una veintena de legisladores. Por lo pronto, Reinfeldt ha dicho que no hará acuerdos con la extrema derecha, pero estas son cosas que se dicen en el clima electoral, luego la cotidianeidad política impone otras consideraciones.

Akesson, por su parte, se ha preocupado por ganar la buena voluntad del electorado presentándose como un joven moderado, inteligente y culto, preocupado por defender a Suecia y a la calidad de vida de los suecos. No hay motivos objetivos para poner en duda la sinceridad de las palabras de Akesson, pero atendiendo a sus consignas electorales y a los grupos de activistas que lo siguen, hay una evidente contradicción entre sus palabras moderadas y la furia militante de sus partidarios.

De todos modos hay buenos motivos para decir con tranquilidad que Suecia seguirá siendo el país emblemático de las izquierdas progresistas y liberales del mundo, el país donde fue posible experimentar los beneficios del capitalismo con los del socialismo en el marco de una democracia parlamentaria. Suecia cuenta en la actualidad con una población de nueve millones de habitantes, de los cuales un tercio tiene estudios universitarios, un porcentaje que supera en casi veinticinco puntos a la Argentina.

La educación, la salud, las jubilaciones y pensiones son ejemplares. También lo son los impuestos, altos e implacables para todos, aunque el principio de que quien más gana paga más se cumple a rajatabla. Los suecos pagan de buen grado sus impuestos porque aprecian los servicios que reciben por parte de un Estado que funciona.

Los beneficios en materia social se han extendido a la preservación del medio ambiente. Hoy, el 39 por ciento del total de la energía consumida es renovable y está previsto que para 2020 sea el 49 por ciento. En el campo de la cultura los logros son notables. Siete premios nobeles de literatura, tercer exportador mundial de música, queda claro que en Suecia la cultura importa. Strindberg, Bergmann, Larsson, Mankell son el testimonio que el mundo conoce. Algo parecido ocurre en el nivel de los estrellatos. Desde la admirable Greta Garbo, pasando por Ingrid Bergman, hasta Bibi Andersson e Ingrid Thulin, todas transformadas en emblemas femeninos del cine del siglo veinte.

Los presupuestos para educación e investigación científica son los más altos de Europa. Suecia es el país cuyos investigadores han presentado el mayor número de trabajos científicos en Europa. También es elevada la expectativa de vida: 81 años. Las universidades de Upsala, Lund y Estocolmo están calificadas entre las de mayor excelencia, apenas por debajo de las de los Estados Unidos y Gran Bretaña.

Curiosamente, este país que parece haber resuelto los grandes problemas sociales de nuestro tiempo, exhibe una elevada tasa de suicidios. Sobre el tema se ha escrito mucho, pero básicamente la conclusión provisoria a la que todos arriban es que ningún país puede pretender resolver todos los problemas que afectan la condición humana. La experiencia histórica es la que enseña que resuelto un problema inmediatamente aparece otro, muchas veces como consecuencia del problema que se resolvió. La angustia, la soledad, el vacío afectivo, la pérdida del sentido de la existencia, son tragedias existenciales que hasta la fecha la política no ha podido resolver y, además, no tiene por qué resolverlas.

Palabras destacadas merece el tema de la corrupción. Más allá de las consideraciones generales acerca de la eficacia del sistema de controles, merece destacarse un hecho que estuvo presente en estos comicios y que da cuenta de la conciencia social media de los suecos. La máxima dirigente del Partido Socialdemócrata, Mona Sahlin, una política a tiempo completo desde su adolescencia, perdió imagen popular y adhesión social porque se puso en duda su honorabilidad y decencia.

Lo más sorprendente, lo que en todo caso nos debería sorprender a los argentinos, son las causas que provocaron esta pérdida de prestigio. Sahlin fue acusada de los siguientes ilícitos: compras privadas en el supermercado con la tarjeta oficial, gasto que -dicho sea de paso- repuso inmediatamente; multas de tránsito no pagadas y atraso en las cuotas escolares. Estas tres faltas estuvieron a punto de estropearle la carrera política a Sahlin y, de hecho, para más de un observador, constituyen una de las causas de la derrota electoral de este fin de semana.

¿Prestó atención, estimado lector? Una de las máximas dirigentes de Suecia está a punto de ser descalificada de la competencia política por uso indebido de la tarjeta de crédito en compras menores, atraso en las cuotas escolares e infracciones de tránsito. ¿Se imagina algo parecido en la Argentina? ¿Una anécdota? No lo creo. Es más, estoy convencido que son estas “anécdotas” las que explican las distancias políticas, sociales y culturales que hay entre Suecia y nuestro país.

Una de las máximas dirigentes de Suecia está a punto de ser descalificada de la competencia política por uso indebido de la tarjeta de crédito en compras menores...

La diferencia de Reinfeldt respecto de anteriores líderes de derecha es que, en general, las políticas sociales se mantienen, mientras se incentiva la economía de mercado.

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